
— Juliancito ¿Tienes de hongos con queso? — Preguntó La Chiquis que tenía un puesto al lado donde se vestían niños dioses.
— Sí mana, orita te la hago, nada mas saco un pedido de doña Crescencia de unas de tinga de pollo y siguen las tuyas manita.
— ¡Ya no te hagas cosas en los pelos Juliancito, se te van a caer! — Dijo “El Chilaquiles” muy confianzudo, mientras se tragaba un sope con bistec; decían las malas lenguas que le habían puesto el mote de chilaquiles por que quien lo probaba se enchilaba, en realidad parecía galán de balneario.
— Es para verme más mono, muñeco — Contestó Julián al chacal acomodándose los cabellos recién pintados de un rojo intenso tono Dulce María por ahora; antes ya lo había teñido de rubio Lady Gaga, y antes de ese, un negro tipo Cher; todos de cajita de Waldo´s.
— ¡No te vaya a morder un día ese animalito sin vacunar que traes agarrado del cráneo! — Aseveró “El Chilaquiles” mientras terminaba su sope y se lamía los dedos.
— Aquí hay servilletas muñeco, ¡No te chupes los dedos que das tentaciones! — Aclaró Julián con los ojos muy abiertos.
— ¡Qué bárbara mana, nomas te falta tirarle el calzón al “Chilaquiles”! — Musitó La Chiquis a Julián con voz socarrona.
— ¡Ay mana! Con unos dedos como esos sería capaz de vender tamales en la mañana — Aclaró el dueño de la microempresa de servicios restauranteros.
— Por cierto Julián te paso la tanda que hoy te toca, ¡Chula no te vayas a gastar la feria! — Le comentó Doña Crescencia al amanerado Julián, dándole un fajo de billetes, que él se guardó dentro de la bolsa del mandil.
Pasó la noche muy alegre entre “los ángeles azules” que se escuchaban dentro de la vecindad, pues al “Chino” le daba por poner la música muy alta; ya entrada la madrugada el jabón roma se encargaba de ultimar los detalles de limpieza en el comal y demás trastos de plástico que había comprado Julián en una venta de esas llamadas Amigas Tupperware, y cansado por el trajine de la desvelada a grandes bostezos el garnachero se dispuso a dormir, no sin antes volverse a lavar el pelo con un producto para la raíces maltratadas con cacahuananche y nopal; el pijama hacía juego con las cortinas que mandó hacer producto de una venta de saldos de La Parisina; con un algodón absorbente mojado en aceite de almendras quitó el resto del rímel de sus pestañas y se durmió.
Muy de mañana la vecindad parecía vecindad, unos iban y otros venían, pasos rápidos en las escaleras y señoras que se asomaban en las ventanas; poco a poco se arremolinaron los vecinos fuera del cuarto con el número 69 ubicado en la segunda planta, rostros consternados y algunos llantos muy sentidos.
— ¡Se murió Juliancito, se murió! — Gritaban los niños en tropel a los cuatro vientos.
— ¡La mataron, hay sangre por todos lados!— Dijo la casera gritando a los metiches.
Sobre la cama arropado entre sabanas de colchas primavera en colores otoñales se encontraba el cuerpo sin vida de Juliancito, las almohadas recién adquiridas del mercado de Mixcalco estaban manchadas por completo de un rojo sanguinolento, una enorme bola de cabellos teñidos alrededor del cuello que parecían estar vivos se mostraba ufana y contemplativa.
— ¡Yo le advertí que un día ese perrito la iba a atacar! — Dijo "El Chilaquiles" recargado en la puerta del baño mientras se chupaba los dedos.
Oswaldo Calderón (Superperra)
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